LEO MONTES DE OCA, EL MAESTRO SEMBRADOR

LEO MONTES DE OCA, EL MAESTRO SEMBRADOR
Por Bairon Paz
Tu amigo y discípulo.
Ex miembro de Teatro Galleta y
miembro fundador de Teatro La Siembra.





Una pequeña pieza de mimo de nada más cuatro o cinco minutos. Entra Leo por el fondo izquierdo, mientras saborea una fruta. Cuando el actor termina de comer el fruto y aparece la semilla, decide plantarla en mitad del escenario desierto. Nada brota. El hombre eleva su cara blanca y triste, surcada ya por las arrugas y el rímel de sus ojos se desprende pintando de negro sendos lagrimones que ahora toma cuidadosamente en aquellos dedos de pájaro y con ellos irriga la simiente que antes ha clavado en las tablas, y entonces ¡se hace la magia!. Brota un árbol de la vida en mitad de la aridez, de la nada.

Así da comienzo la pieza que Leonardo Mondes de Oca me enseñó hace casi 28 años, mientras recibía con él un taller de máscaras y pantomima en el tablado de la escuela de Ballet de Las Hermanas Mondragón de Sectur, al lado del museo de San Pedro Sula. Entonces comenzó una amistad y una relación artística que me mantuvo vinculado a Leo por muchos años.

Leonardo Montes de Oca fue mi maestro, el único a quien podría calzarle esa categoría, y además fue mi amigo. Compartí con el largas noches, recorriendo pueblos y ciudades donde impartía sus talleres, y yo le asistía, le acompañaba y le cuidaba cuando los alcoholes lo doblegaban. “Brother el sol ha caído, vamos por un octavo”, me decía al atardecer. Lo recuerdo hablándome del modelo actancial y de semiótica, de la anticipación del movimiento y de la belleza de la curva del movimiento como lenguaje, que perfeccionó en su formación profesional en México.

Maestro obrero, siempre dejándose la piel por los pueblos y con el pueblo. Ahora mismo estoy viendo las páginas de esa enciclopedia iberoamericana de teatro que leí en Futuro, donde su nombre y su Teatro Ropero aparecían entre los diez mejores espectáculos de la década de los ochenta.

Leo me encontró una noche junto al hotel Royaltón del Barrio Morazán de Tegucigalpa y me presentó a Edgardo Florían y a Roberto Becerra, para que me uniera a ellos en un proyecto de mimo callejero que tenían, y cuyas ideas más potentes también las aportó Leonardo: uso de máscaras en diferentes partes del cuerpo, una partitura de movimientos enlazados con Haykus creados por los poetas del grupo, acompasados con la música de Neto Meoño. Pero es que Leonardo no solo inspiró o participó en la génesis de aquel grupo efímero que se llamó Teatro Galleta, también tuvo que ver en la existencia de los grupos de Teatro, Frijolito, Los Cacharros, Los locos del escenario, Ropero, Barapalma, entre otros que por ignorancia u olvido no he incluido en la lista. Leonardo Montes de Oca fue además profesor y director de la Escuela de Arte Dramático de Tegucigalpa.

En 2001, mi camarada Delmer López se lo llevó a montar los cuadros vivos de la pasión y muerte de Jesús a Trinidad, Santa Bárbara, aprovechando su experiencia de varios años montando los tribunales en la Villa de San Francisco de Comayagua. Leo llegó a Trinidad y enseguida cautivó a la muchachada que, como esponjas, aprendieron de él su habilidad para elevar del cartón escenarios memorables, y encontrar en la tierra de colores de las afueras del pueblo la paleta cromática de sus creaciones. Tras aquella semana santa, esa juventud encendida dio a luz la primera formación de Teatro La Siembra.

Descendiente de una familia de artistas, desde Zoroastro a Confusio, Leonardo es, por derecho propio, uno de los más grandes de su estirpe; los Montes De Oca, venidos de México, con el iluminado gen de la locura teatral itinerante.

Leo deja un país al que amó profundamente y defendió de la mejor de las maneras; con rebeldía y locura, con amor al trabajo para y con los demás. Leonardo deja una Honduras con muchas siembras, semillas plantadas en un escenario vacío. Nos toca a quienes le sobrevivimos, rellenar esos almácigos con lágrimas de amor para que se eleve frondoso el árbol de la vida.