El pueblo decide el final

El pueblo decide el final
Por Gilberto Vásquez

Con el nuevo Código Penal en vigencia, la justicia en Honduras no solamente sigue ciega, sorda y muda; también hoy se "despatarró” el sistema corrupto y narco que nos gobierna.

Cuando David Romero fue acusado, individualizando cada cargo para poder multiplicar una posible condena, se violaron las propias leyes del Código Penal anterior. Sin las bases legales que sustentasen tanto delito imputado, David fue sentenciado a cárcel con pena exorbitante, como un favor directo hacia el poder y para Juan Orlando Hernández.

Está claro que el ejecutivo no debería de tener injerencia en ninguno de los otros poderes del Estado, mucho menos en un simple caso de difamación (ni de ninguna otra índole), que le compete estrictamente al sistema judicial; pero en las dictaduras siempre se aplica el embudo, mediante el cual todas las decisiones pasan por los intereses del gobernante. Y pues, qué les diré que ustedes ya no sepan. No tenemos separación de poderes, el sartén lo tiene JOH por el mango.

David bien pudo salir antes del desenlace fatal, pero el favorcito requería ser llevado hasta las últimas consecuencias: estaba marcado para morir. ¿Cómo? No se sabía aún, porque los ojos de la prensa y los organismos internacionales de derechos humanos estaban puestos sobre el destino inmediato del comunicador. Por ello había que tejer la coartada perfecta para ejecutarlo. La maldita pandemia les cayó del cielo o subió del infierno. ¡Estaba consumado!

Hoy, ese nefasto precedente ha cobrado vida; sentó jurisprudencia, puesto que ya hay una resolución judicial previa para cualquier caso similar. Ahora, de manera sistemática, podría ser usada en contra de dos de nuestros personajes más emblemáticos, por los delitos de injuria y calumnia. Se trata de  Milton Benítez y del capitán Santos Orellana. El sistema buscará sentenciarlos, no sólo privarlos de su libertad. Eso solamente será la antesala al patíbulo donde hipotéticamente serían ejecutados.

No mire este escrito con incredulidad. Usted sabe, como pueblo, que así pretenden que sea… A menos que usted y yo tomemos la responsabilidad que nos toca como hondureños, que pongamos los pies sobre la tierra y enarbolemos la bandera de la lucha. No, no hablo de armas. Hablo de su voz y de la mía, la voz del pueblo en una manifestación sin parangón. ¡Una protesta multitudinaria!

No espere el llamado de su líder político. Esos son intocables y casi todos cómplices. No los mueve la solidaridad. Yo le hablo del pueblo que es quien sufre las inclemencias de un sistema que muerde al descalzo ante la mirada indiferente de nuestros seudo-líderes acomodados.

Ellos vieron como usted y yo el viacrucis de David y aparte de unas palabras de apoyo vacías, no hicieron nada.

El sistema no perdona y JOH menos. Todos los narcos son desalmados y su forma de cobrarse venganza siempre superará las expectativas comunes de la  violencia humana.

El capitán Orellana está marcado desde el día que decidió exponer a Tony Hernandez y la acusación ahora de un alto militar solamente es la punta de lanza de la dictadura para excusarse y proceder a eliminarlo.

Lo de Milton, usted ya sabe. Milton hace acusaciones y ataques al sistema  y a los bancos reiteradamente y con las pruebas en la mano; su labor periodística no obedece a una obsesión personal, sino a la seguridad de que sin la complicidad de las instituciones financieras de la usura, las dictaduras no se sostienen.

Para Milton la verdadera dictadura son los bancos.

Las treinta y tantas querellas de Banco Atlántida contra Milton muestran la utilización de todos los recursos disponibles amparados en este nuevo Código para callar al periodista.

La moneda está en el aire. Como acabe esta historia también depende del pueblo y su accionar, porque justicia definitivamente no tenemos.