¿De qué independencia estamos hablando?

¿De qué independencia estamos hablando?
Por Edmundo Orellana

Cuando Napoleón invade España e impone a su hermano como rey en sustitución de Fernando VII, a favor de quien había abdicado su padre Carlos IV, las relaciones entre España y la colonia cambiaron radicalmente.

Desde la Patagonia hasta lo que hoy es México, se inició, fraguado desde los ayuntamientos, un movimiento independista de la España napoleónica, no del dominio español, lo que explica por qué, a la vez que abominaban de Napoleón, los independistas protestaban su fidelidad al rey depuesto.

La Capitanía General de Guatemala- integrada por las provincias de Chiapas, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica-, que pertenecía al Virreinato de Nueva España, fue estremecida por el Grito de Dolores y conmocionada por los acontecimientos que culminaron, diez años después, con la entrada del ejército Trigarante a la ciudad de México, en 1821; año en el que, recoge la historia, un grupo de criollos, hace hoy 199 años, con la anuencia de la Capitanía General, decide declarar la independencia, pero, siguiendo el camino de Chiapas que se  había adherido al Plan de Iguala, aprueba la anexión a México, lo que fue rechazado por la mayoría de los ayuntamientos de la provincia de Honduras, excepto su capital, Comayagua, que se había sometido a aquella decisión y pretendió imponerla por la fuerza a los ayuntamientos rebeldes, entre los que se destacaba la Villa de San Miguel de Tegucigalpa y Heredia, que nombró jefe de sus fuerzas para resistir al ataque, a Francisco Morazán.

Ese hecho marca el inicio de la gesta morazánica, todavía hoy inconclusa. Morazán entendía la independencia como el triunfo sobre el antiguo régimen en todas sus dimensiones. Su visión independentista comprendía la unión de Centroamérica, la separación de poderes, la forma republicana y representativa de gobierno, la separación del Estado y la iglesia, la sustitución de la superstición y el dogma por la razón en la educación, entre otras aspiraciones, muchas de ellas, a 178 años de su muerte, todavía pendientes.

Nunca como hoy, la dependencia del exterior ha sido tan patente y humillante: decisiones tan soberanas como los impuestos y el gasto dependen de lo que diga el FMI. No digamos la emisión o derogación de leyes que cuando no las impone una potencia las impone un organismo internacional, como el caso de la derogación de la ley de planificación que fue una exigencia del BID, siguiendo la moda de la época.

Igualmente, la tendencia privatizadora de los servicios públicos, condición de los organismos multilaterales y de los gobiernos de los “países amigos” para continuar cooperando con el nuestro. Entregamos a la empresa privada las empresas estatales rentables y los organismos de servicio público más importantes, porque así fue decidido desde el exterior, y continuamos alegremente y sin descanso, convirtiendo lo público en privado.

Ha sido tan penetrante ese patrón de comportamiento que se ha arraigado en nuestra mente la idea de que todo lo que viene del exterior es lo mejor; “Somos poco porque nos pensamos poco”,sentencia sabiamente nuestro amigo el Arquero en uno de sus editoriales. De ahí, que sustituyamos fácilmente lo nuestro por lo que viene del exterior. Por eso, sustituimos nuestra cocina vernácula por la comida chatarra, al grado de que algunas exquisitas comidas populares de nuestra infancia han desaparecido para siempre de nuestra comida habitual y la memoria popular olvidó la receta. Como también desapareció el espíritu contestatario que animaba a los movimientos populares del siglo pasado.

Los electores de la constituyente del 57 se afanaron en votar por los mejores para que los representaran en la confección de la Constitución, y no se equivocaron, porque en esa fragua política-intelectual se forjó una de las mejores constituciones y la más revolucionaria de nuestra historia. Cualidades que no siempre estuvieron presente en la constituyente del 80 ni en los congresos que se han sucedido desde entonces, especialmente el actual, lo que es perceptible en la calidad de sus debates, cuando los hay, y en su producción normativa.

Este proceso de abandono de nuestras condiciones elementales de ciudadano nos ha llevado a renunciar a los valores fundamentales por los que luchara Morazán, como es el caso de la República, estrujada por la concentración de Poder en manos del gobernante, al que las instituciones estatales obedecen ciegamente, cumpliendo hasta sus mínimos caprichos, sea que se trate de allanar el camino hacia la reelección, declarando inconstitucional la Constitución, o garantizar la impunidad, emitiendo leyes que lo garanticen y expulsando, porque atentaban contra ésta, del territorio nacional a organismos, como la MACCIH, o eliminando otros, como la UFECIC.

En este contexto nos invade la pandemia, debilitándonos a extremos inconcebibles, sin que, a corto o mediano plazo, existan posibilidades reales de que, al menos, podamos regresar a los niveles de crecimiento y desarrollo en los que estábamos antes de aparecer entre nosotros.

Nos encontramos en condiciones peores que aquellas que rodeaban a Morazán al momento de morir. Entonces, ¿de qué independencia estamos hablando?