Covid-19, entre miedo e incertidumbre

Covid-19, entre miedo e incertidumbre
Por Gisselle Flores

AGOSTO 23, 2020

Gisselle Flores, nuestra compañera que ingresó hace un año a El Perro Amarillo, conoció antes de integrarse a este equipo, la actividad de medios de comunicación noticiosos, como el Diario Tiempo Digital, mismo medio que según algunas denuncias que hemos revelado en nuestro espacio, ha censurado y despedido periodistas que se han negado al límite en el ejercicio de la libertad de expresión, que dicha empresa les ha impuesto. Nuestra compañera encontró en El Perro Amarillo un medio que se apasiona por la verdad, y que rechaza cualquier intento de censura. Cabe decir que Gisselle, al igual que varios integrantes del equipo, vive cotidianamente la experiencia de habitar en uno de los tantos barrios de Tegucigalpa y Comayagüela, que son asolados por la violencia. Por si fuera poco, al inminente riesgo por la conflictividad urbana visto de cerca por nuestros compañeros, se sumó la enorme posibilidad de contagio; la pobreza obligó a familias enteras a desestimar el “Quédate en casa”, y salir a trabajar se convirtió en una opción sin evasivas. Gisselle fue la primera integrante de nuestro equipo en contagiarse de Covid-19, y su experiencia cuestiona severamente el tratamiento MAIZ, un “antídoto” al margen de todas las recomendaciones internacionales, aun así, divulgado irresponsablemente por Juan Hernández, y los doctores Miguel Sierra-Hoffman y Omar Videa. La voz de nuestra compañera, es uno de los tantos relatos que miles de hondureños pueden compartir a un mismo tiempo. Equipo del Perro Amarillo - EPA.

Luego de tres días que padecí temperaturas altas y esporádicos dolores de cabeza, llegó a mi casa una mala noticia: un familiar resultó positivo en la prueba de Covid-19, y al no presentar ningún síntoma, pasó semanas sin mascarilla al interior de nuestra vivienda. Todos en la familia debíamos realizarnos la prueba para confirmar que las altas temperaturas solo eran el inicio de una larga agonía.

La Región Metropolitana de Salud, informó que llegarían hasta nuestra casa para realizar las pruebas de hisopado (PCR), al paso de cinco días realizaron la visita, lamentablemente no contaban con pruebas para todos; solo la realizaron a las personas con mayor riesgo: hipertensos, diabéticos y quienes ya padecían síntomas.

La precariedad fue visible, los médicos no contaban ni siquiera con el equipo de bioseguridad adecuado para atender personas con Covid-19 (o al menos con indicios razonables de portar el virus): mientras una doctora se colocaba un segundo par de guantes para proceder a practicar la prueba, de repente, uno de los guantes se rompió... Fue inevitable no sentirme indignada, con frustración y una profunda desesperanza, ¿cómo es posible que envíen médicos a lugares dónde hay pacientes con Covid-19, sin brindarles guantes resistentes, buena careta especializada, tapabocas de buena calidad? ¿Por qué exponer así al personal de salud que solo está intentando hacer su trabajo? Si el Estado trata así a sus guerreros en primera línea de batalla ¿qué puede esperar el resto de la población? Una vez realizada la prueba, comenzó la peor parte: la espera de los resultados.

Los médicos pidieron descartar el dengue, para realizarme el examen ―junto a mi mamá― esperamos más de media hora de pie, el hemograma descartó el dengue por lo que los médicos recetaron el tratamiento "MAIZ" (microdacyn, azitromicina, ivermectina y sulfato de zinc); para nuestra sorpresa, comprobamos que los reportes son mentiras: los hospitales y centros de salud no están abastecidos. Así que, comprar el tratamiento completo como una medida de precaución ―porque esperar al resultado podría ser demasiado tarde y haber desarrollado un cuadro respiratorio― nos costaría alrededor de 2,000 lempiras por cada persona sospechosa.

Mientras esperábamos los resultados, los síntomas se volvían más intensos: fiebre, dolor de cabeza, pérdida del olfato y del gusto, cansancio, dolor en articulaciones. Cada día me despertaba con la incertidumbre de no saber qué le podría suceder a un familiar ―e incluso yo misma―: si llegara a presentar los síntomas graves de la enfermedad (dificultad para respirar o sensación de falta de aire, dolor o presión en el pecho, incapacidad para hablar e imposibilidad de moverse).

Pasadas tres semanas llegó el momento.

A la tercera semana, cuando pensé que estaba mejorando noté la aparición de un extraño sarpullido en brazos y piernas, así dio inicio la recaída. Una semana más tarde, me comenzó un dolor intenso en el lado derecho del pecho, se percibía como calor en el pulmón del costado derecho, me resultaba imposible respirar profundo sin toser, mantenerme de pie sin cansarme o estar sentada durante mucho tiempo. Una revisión descartó el comienzo de la neumonía. No solo la salud física se fue deteriorando, al pasar el estrés de los días, el miedo y la incertidumbre que genera padecer este virus, Covid-19, me desgastó también emocionalmente; presenté episodios de tristeza, más desesperanza y ansiedad. En ese momento, mi familia y amigos fueron mi pilar.

Los resultados de la primera ―y única―prueba que me realizaron desde la Secretaría de Salud, los recibí un mes después, cuando ni siquiera teníamos duda que éramos positivos. Ver los medios de comunicación repetir las cifras otorgadas cada noche en cadena nacional, con los resultados de una pírrica cantidad de pruebas que tienen más de un mes de retraso (cómo si fuera una verdad absoluta), sin ningún contraste de la realidad que se vive en el país, fue realmente frustrante.

Durante mi quinta semana con el virus, tuve una descompensación del azúcar y presión arterial, acompañada de un profundo dolor de cabeza, flemas, náuseas y el regreso de las altas temperaturas. Según la doctora que llevó mi caso, a quien agradezco profundamente, esto fue resultado directo de un efecto secundario del tratamiento “MAÍZ”.

Ante la falta de insumos de la Secretaría de Salud, para realizar una segunda prueba, tuve que asistir a la Cruz Roja Hondureña, y pagar para realizarme la prueba que detecta anticuerpos de Covid-19, afortunadamente la prueba comprobó que mi organismo desarrolló los anticuerpos necesarios; y ante semejante laberinto de malestares y preocupaciones, ya no tengo el virus, al igual que mi familia. Vivir esta difícil experiencia en medio de un precarizado sistema de sanitario, refuerza mi postura de luchar ―desde mi área de trabajo― por un país que sea capaz de priorizar este bien tan preciado que es la salud pública, la vida de los ciudadanos depende de ello.